DE LA NECESIDAD DEL RUIDO PARA NO ESCUCHAR NUESTROS CORAZONES

ruido

Hay muchos motivos por los que callar. Uno de ellos es la necesidad de permitir que el silencio tenga cabida; para darle al silencio un espacio en un mundo que está sometido a un constante ruido. Un constante ruido a bar en el que las interlocuciones profundas no tienen lugar puesto que se mezclan con la discusión que está manteniendo la pareja de al lado generándose una suerte de versos autómatas de difícil asimilación que suenan parecido a los ejercicios de afinación de una orquesta antes de iniciar el concierto. Se trata de la poética de la barra. Como cuando sobran las palabras y un simple “lo de siempre” arrastra una vida entera de conversaciones, encuentros y cafés con leche edulcorados con miel de flores. Porque el silencio no siempre significa no decir nada, sino que puede tener que ver con decir lo mínimo asumiendo la confianza rutinaria del gesto de desayunar todas las mañanas en el mismo bar, rodeado de la misma gente: gente reconocidamente desconocida, gente en conversaciones internas con su agenda, periódico o smartphone… gente que desayuna alborotadamente en silencio. Si comer es una de las acciones que te llena la boca, hay muchas otras que también nos llevan al silencio.

Como por ejemplo el beso. Aunque bien podría entenderse éste como una extensión del comer, el beso sustituye a la palabra en el acto de comunicación basándose en el intercambio del flujo como mensaje. Saliva que viaja de lengua a lengua en un diálogo de retorcimientos labiales con intención de beber el oxígeno del otro. Un amor parecido al canibalismo. Como darnos un beso sabor a éxtasis semidesnudos en medio de una fiesta de bolleras.

Está todo dicho.

Pero no solo se llega al silencio llenando la boca, sino que también se puede lograr llenando los ojos. Como sucede en el cine durante la proyección de una película y eres asombrosamente consciente de la presencia de la persona que tienes sentada a tu lado. Momento en el que la tensión del afecto accidenta los movimientos con tendencia al roce entre piernas con el fin último de estrecharnos las manos en el silencio de la sala a oscuras con el suelo pegajoso de soda derramada y popcorns rebosadas y sin que nadie nos vea. Cuando el diálogo se hace tacto y con un código parecido al morse te envío declaraciones de amor pulsando tu palma con mi dedo: toque, toque, pausa, toque, pausa, toque, toque, pausa. Y te agarro bien fuerte la mano como chillando desde un cuerpo extasiadamente enamorado. Está todo diciéndose.

Tenemos claro a lo que suena un ruido: suena incómodo, suena opaco, suena a sucedáneo. Pero ¿y el silencio? ¿A qué suena el silencio? El silencio suena a vísceras, a genitales y a líquidos glandulares. Un eco de nuestros órganos sólo perceptible cuando nos tapamos los oídos. Una música semejante al vibrar del tocadiscos cuando el vinilo ha reproducido su última pista o en su respirar entre un track y el siguiente. Porque si un disco tiene 12 canciones, también tiene sus respectivos silencios igual de acompasados. El silencio suena a vértigo puesto que el dejar de escuchar el bombeo sanguíneo del corazón inserto en nuestro pecho nos recuerda que existe la muerte. Y la muerte es la madre de la afonía. Por ello que los sordomudos son seres superiores, ya que guardan el secreto del porqué, cuándo y cómo. El resto buscamos las respuestas pidiendo un minuto de silencio. Pero no nos sirve de nada, puesto que pedir un minuto de silencio es quedarnos callados eternamente. Está todo por decir.

La existencia del ruido puede tener que ver con la existencia de un otro. Deben ser causa y efecto. Una -el ruido- nace de la necesidad de comunicación con un cuerpo ajeno para crear un sistema que genere respuesta a estímulos y satisfacción de necesidades. Necesidad del que está al lado. Pero, ¿fue primero el otro o el ruido construido para interpelar a ese otro? Y antes del ruido, ¿había silencio? ¿Y con quién se compartía el silencio? Me atrevo a afirmar que antes del ruido solo había escritura y que cuando nació el otro, nació el ruido, y con el ruido nació el amor. Porque el amor puede tener que ver con la medición del espacio. El amor es acortar distancias por la necesidad de volver a estar completos en un solo cuerpo y así recuperar ese silencio con todo el vértigo que nos provoca. Un silencio que nos aproxima a una hiperrealidad aterradora. Porque los silencios son incómodos, porque entre los silencios pasan ángeles y porque la gente las mata callando.

Alejandría Cinque

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