¿Por qué se escandalizan los modernos?

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Llamó la atención el pataleo. Sí, ese ruido habitual del público del Teatro Real que ante cualquier innovación, cualquier propuesta que no entiende patalea para mostrar su desacuerdo. Decirle a quién corresponda, habitualmente al director de escena, que aquello no es lo que le gusta, no es la ópera. Que no es lo que espera. Pues bien ese pataleo se produjo la otra noche en el Teatro Valle-Inclán al acabar la sutil pieza que La Ribot, Juan Loriente y Juan Domínguez pusieron en escena.

Seguramente, la mayoría de los lectores de este blog acudieron a verla. Sin embargo no está de más recordar la propuesta. Cuatro pantallas leds de distintos tamaños, colgadas a distintas alturas y diferente profundidad, en la que pasan frases en español y su correspondiente traducción en inglés (o viceversa, pues da lo mismo). Son como varias historias o anécdotas paralelas que suceden en tiempos distintos y producen una sola narración entre el futuro, el hoy, el pasado inmediato e intrahistórico y el pasado histórico. Ocurre poco más. El resto son dos composiciones una de Prokofiev y otra de Debussy que suenan en dos momentos distintos. Y un trabajo con la luz a punto de desaparecer, siempre a punto de no ser luz, ni color, trabajada para que parezca que hay, de nuevo, un movimiento sutil de los pocos elementos que hay en escena: los leds, los cables que los alimentan y las sombras de las paredes del escenario del teatro.

No hay cuerpos en escena. No hay voces. Pero el espectáculo está lleno de alma. De espíritu. Es un espíritu burlón que habla del aburrimiento como una de las bellas artes de los que viven y sobreviven. De los que no son capaces de ver, ni de entender. De los que siguen pensando que “hoy no ha pasado nada”, cuando ha caído La Bastilla, igual que ha caído la última frontera del teatro. No hay cuerpo. No hay voz. Solo está el espectador que en comunión con otros espectadores imagina cuerpos, voces que son solo fantasmas. Los que aparecen en las sombras cuando se miran de perfil. Cuando se miran y punto. Algo falso, como es falso que, a pesar de la ola de calor que sufre Madrid, haga 80 grados como el año anterior el mismo día a la misma hora. Y es entonces cuando la poesía vuela por la sala. Vuela libremente. Sobrevuela a los espectadores que algo intuyen ante la actitud y comentarios de los acomodadores, que con su mejor voluntad avisan de que se debe esperar cualquier cosa. También lo inimaginable.

Vuela, vuela libre y vuela alto, la imaginación en este espectáculo. Vuela independientemente de sus creadores que quisieron poner más, pero la pieza no les dejó. Y eso se nota. Vuela independientemente de sus espectadores, público fundamentalmente moderno, connaisseursy profesionales del medio. A los que les dejan sin todo y sin nada. También les quitan el medio. Un vacío difícil de gestionar ahora que todo tiene que ser concreto. Como lo son sus patadas en el suelo. Una pataleta de protesta hecha de suelas de zapatillas y sandalias dirty chic¡quién se lo esperaba! Prueba incontestable de que La Ribot, Juan Loriente y Juan Domínguez, han traspasado los límites, los han roto, y han creado un verdadero lugar sin límites, un espacio de libertad. La libertad como sutileza. Algo difícil de entender, de aceptar, en tiempos groseros, de brocha gorda y costumbrismo. Tiempos de drama que no aceptan la verdadera radicalidad, la que no grita, la que no busca un oponente ni una oportunidad. La que susurra al ojo y no lo distrae. Sí, al ojo también se le puede susurrar.

Antonio Hernández Nieto

3 Respuestas a “¿Por qué se escandalizan los modernos?

  1. Querido Antonio Hernández Nieto, váyase usted a la mierda. El público tiene derecho a expresar su opinión sobre lo que ha visto y más si ha pagado por ello. No todo en esta vida son palmaditas en la espalda y comentarios como el de usted no hacen más que dejar claro que ustedes se creen dueños de la verdad, de la creación y de dónde colocar los límites. Pues no señor, esas responsabilidades son cosa de todos y todas y sí, soy uno de los que pataleó con sus zapatillas dirty chic. He visto propuestas mucho más radicales y minimalistas que la que aquí nos trae pero el problema de «El Triunfo de la Libertad» no reside en la escasez de elementos escénicos sino en su falta de contenido que claramente quedó patente en el vermut del domingo. Un beso

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  2. Querido Antonio, váyase usted a freír espárragos. Lo primero que tendrían que haber hecho los tres para hacer algo así es aprender a escribir con un poco de contenido y no solo tópicos y lugares comunes. Uno podía completar las frases antes de que saliesen por la pantalla. Fue un error programarles con las malas críticas que recibió por toda Europa. Una oportunidad perdida. Lo mucho que cuesta llegar y lo poco que cuesta derrumbarse.

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