Grado 0. Día 2. Around Dimchev. Fragmentos.

Ayer me acordé de un personaje de The Wire, ese tío, un sicario algo mayor, que sale de la cárcel después de unos cuantos años y se da cuenta, poco a poco, de que “the game” ya no está en él. Va a hablar con el jefe del momento y le dice una frase que habla mucho de la locura que posee a muchos de los personajes de The wire: “It ain´t in me no more”. Lo dice como si se estuviera palpando los bolsillos buscando algo real que ha perdido irremediablemente. Ya no está poseído por el extraño virus que enloquece a todos a su alrededor.

Eso es, más o menos, lo que siento. Así que ayer pensé: está bien, soy la persona menos indicada para escribir. Ya no estoy en el Juego. O el Juego ya no está en mi más. Está bien. No abandones. Será eso lo importante.

¿Qué puedo decir de éste abandono? Nada radical. Nada diferente.

Ya unos cuantos habéis dicho cosas bonitas de Som faves.

Llegué cansado como un perro viejo a la performance del domingo. Las frases que, como látigos, comienza a desplegar Dimchev, se borraban de mi cerebro a los diez segundos. Discurso efímero (por la incapacidad de mis neuronas), plagado de imágenes, repeticiones, preguntas.

¿Estás seguro de estar haciendo lo correcto?

En mi memoria permanece el aliento de su estar. El relato fragmentado, hecho de silencios, de partes ocultas, su alma. Ese diálogo despojado, los surcos silenciosos, la música, más que la coreografía. Sucesión de cuadros, obra encuadrada ya de partida, visualmente, en un espacio blanco. La forma y el contenido. A veces es necesario hablar de algo tan simple. El equilibrio real. Forma dat esse rei. La forma da el ser a la cosa.

Toda belleza se concentra en un islote, en una entidad insular, atómica, que se disocia de la mirada que la contempla. Los que encuadran son hacedores de fronteras. Es hacer un lugar sagrado. La ventana, como el cuadro, hace un templo de un pedazo del mundo. La ventana hace el jardín como el cuadro intensifica la escena que aísla. Las formas que buscan el aislamiento en el cuadro provocan el retroceso interminable de quien, sin embargo, se aproxima lentamente, paso a paso, hacia ellas.

Pascal Quignard.

¡Ah, la belleza!

Antes de comenzar la obra, contemplaba el espacio y la gente entrando en la sala y acomodándose. Tres hombres se sientan a mi lado, risas y expectación. Una chica desesperada, ha perdido el móvil y sale al Carrefour de enfrente, pero antes, la acomodadora se lo entrega, recuperado. Detrás de mi, una pareja de jóvenes del este, hablan con el hombre que está delante de mi, en ruso o algo así. Yo estoy en medio, me traspasa una conversación que no entiendo, me siento invisible. Gente conocida, gente desconocida. Miradas, sonrisas, calmada expectación. Apagamos, obedientes, nuestros móviles, un gesto casi trascendente hoy día, ¡la desconexión total del mundo!

Este acto de reunión, aparentemente despersonalizado, nunca perderá ese misterio: confluir, a una hora determinada, en un lugar determinado, las vidas de varios cientos de personas y suspender, por unos momentos, la agitación y el tránsito. Observar, juzgar, sentir. Todos somos uno. Y no. Eso me conforta, me seduce, de nuevo.

A la pareja de la que os hablaba antes, es a la que se dirigirá indignado Dimchev en un momento de la obra porque están hablando o cuchicheando entre ellos. Ivo rompe el cuadro y enseña los colmillos. Les señala, se acerca a ellos y les increpa. Ellos no hablan español ni inglés, no saben qué les dice. Algunas personas aplauden, la mayoría sonríe. Para mi, se trata de un acto idiota, prescindible y violento. El gesto rompe el equilibrio.

Pienso en la obra. Pienso en el artista. Y una paradoja, se me ocurre: cuando la obra habla, el artista debe callar.

Puedo volver a estar seguro de todo, puedo reírme del juicio, manejar el cansancio y no ser manejado por él. Levantar la mirada, decir cosas simples. Puedo escuchar y no entender nada.

Esta mañana, al lado de mi mesa, un periódico y un pequeño texto de Ricardo Piglia:

“Es necesario insistir: la evasión (por ejemplo, la literatura de evasión) no es en sí misma un defecto o una virtud. Todo depende de cómo volvamos de la evasión: si más fortalecidos para nuestra actitud frente al mundo o más deteriorados y desintegrados para nuestra vida”

La desintegración (como Orfeo desmembrado) suele ser un acto voluntario. Elegimos evadirnos, abstraernos, o desaparecer. Con lágrimas o ironía. Con aullidos o silencios. ¿Sabemos elegir aquello que nos fortalece frente al mundo?

Encuentro palabras de Ivo:

My problem often with contemporary art is the stupid pretension that when you roll on the floor of a gallery as a pig on heroin you think you are fighting Capitalism, when actually you are just one depressed and existentially confused liar trying to suck few euro from the visual art market and your artistic gesture has a pathological lack of depth and complexity which unfortunate tourists are forced to witness !

Al terminar la función, desde la puerta de entrada, vemos un trabajador del teatro. Lleva mascarilla y guantes. Es el encargado de limpiar la sangre de Ivo del escenario.

La sangre. My blood it´s yours, your blood it´s mine…

 

Carlos Fernández

Ciudadparaotravida.wordpress.com

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